14 de marzo de 2008

Crónicas de Anima : El trabajo

Con un movimiento elegante y coordinado, desmontó del caballo. La capa ondeó hasta volver a su posición normal. Dinin cogió las riendas de su caballo y lo ató a la verja. Mientras se acercaba a la puerta, se alegró al comprobar que Caín hacía lo propio. Con un movimiento similar al de su maestro, bajó de su montura, para atarla en la verja. Mientras ataba al caballo a la verja, Dinin se dirigía hacia la puerta de la casa. Unos metros antes de que llegara, la puerta se entre abrió. Una cara se asomó, con un candil en la mano. Su rostro denotaba preocupación. Llevaba unos ropajes elegantes y, a todas luces, caros, sin embargo, le iban exageradamente grandes.

-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?

Dinin dejó pasar unos segundos de silencio, mientras el hombre esperaba una respuesta. Caín se mantenía tras él. Se levantó un poco de brisa que movió la capa y algunos mechones de su cara. Entonces, muy despacio, sacó de su mochila la carta que había mirado sólo unos instantes antes.

-¡Gracias al cielo! Por favor, entrad, entrad. Necesitamos de vuestros servicios cuanto antes. ¿Tenéis hambre? ¡Servidles comida! ¡Ya! – Al entrar, Dinin se quitó la capa, y Caín buscó sitio en el interior. Pudieron observar que todo el pueblo se encontraba en el palacio, que hacía las veces de ayuntamiento. Una muchacha de unos dieciséis años vestida con un elegante vestido rosa, jugaba y entretenía a los niños, mientras que las madres y los padres se encontraban dentro, con cara de visible preocupación. Todos se quedaron callados cuando aquella extraña pareja irrumpió en la habitación. Ésta se encontraban estaba elegantemente decorada. Elegantes cortinas de terciopelo y lámparas, adornaban la estancia, cuyo mobiliario consistía en varias mesas de madera, y numerosas sillas tapizadas. Un criado trajo dos platos que dejó en una mesa. Ambos se encontraban realmente hambrientos, y se sentaron y comenzaron a comer, conscientes de que toda la sala estaba mirándoles-. ¿Queréis vino? ¡Criado! ¡Trae vino!

Mientras cenaban, el criado llegó con una botella de vino, y les llenó sus copas de metal para retirarse después.

-Bien – dijo Dinin una vez terminó el plato. Cogió la copa de vino y preguntó- ¿Para qué creen que necesitan de nuestros servicios?

-Hace ya algún tiempo – empezó el alcalde, después de unos segundos para medir sus palabras-, uno de nuestros cazadores, Jeremy, se internó en el bosque y fue mordido por un lobo negro. Desde entonces nuestro pueblo ha sido víctima de asesinatos brutales, en los que las víctimas aparecían despedazadas, y algunas partes de su cuerpo no se han encontrado todavía- tragó saliva-. Incluso mi esposa... apareció... despedaza en un granero...- la niña que estaba cuidando de los niños se acercó al alcalde y le rodeó la cintura con los brazos-. Gracias hija, estoy bien. El caso – dijo, volviendo a mirar a Dinin-, es que Jeremy pronto se dio cuenta de qué le pasaba, pues amanecía desnudo y cubierto de sangre. Él mismo decidió encadenarse al viejo molino todas las noches. Y también nos transmitió su deseo de que termináramos con su tormento.

Dinin se terminó el vaso de un trago, y, tras dejarlo sobre la mesa, preguntó:

-¿Cuáles serían mis honorarios?

-Bueno...verá... confiábamos en que comprendiera nuestra situación y....

-¿Cuánto? – repitió, esta vez levantando la voz.

El alcalde suspiró.

-Quinientas monedas de oro.

-Bien. La mitad ahora y la otra mitad cuando acabe el tabajo.

-Tiene usted que hacerlo esta misma noche. ¡Hija!¡Trae el dinero! – la hija se levantó y salió veloz por la puerta. Al rato volvió con una bolsa de cuero de considerable tamaño. Se la tendió despectivamente y volvió con los niños. Dinin empezó a contar las monedas de oro, y cuando estaba guardándose la mitad, apareció por la puerta un hombre extremadamente grande, alto y corpulento. Lucía una barba negra y tenía grandes ojeras. Llevaba, además, una gran espada colgada del cinto, y era el único hombre armado de la sala, a excepción de Dinin.

-Más vale que le tratéis con respeto-dijo-. Era un gran hombre.

-Si es tan grande, no entiendo por qué hablas de él en pasado.

-Para nosotros es como su estuviera muerto. ¡Incluso él quiere morir! Pero le fallaron las fuerzas... ¡Era mi compañero! ¡Mi amigo, maldita sea!

-Podrías matarle tú, si de verdad dices ser su amigo.

Sus ojos miraban al suelo ahora, y sus hombros estaban caídos. Apretaba los puños con fuerza y su espada golpeaba contra sus rodillas, debido a que éstas empezaban a temblar ligeramente. En ese momento, Caín eructó. Todas las miradas de la sala se centraron en él, incluida la de Dinin. El hombre levantó la cabeza furioso y en pocos pasos se plantó delante de Caín, que se levantó. A pesar de ello, el hombre seguía sacándole más de una cabeza, y tenía la mano aferrada con tanta fuerza a la empuñadura de su espada que sus nudillos se habían tornado blancos. Dinin se movió hasta quedarse plantado enfrente de los dos. Tiró del hilo que mantenía cerrado el estuche de su espalda, y lo retiró, pasándolo lentamente frente a su cara. El estuche se abrió, y apareció el elegante mango de una katana. Era negra, y simulaba ser una cola de serpiente. Los espacios entre las escamas, estaban bañadas en oro. En ese momento, el hombre pareció calmarse, se sentó y empezó a jugar con los cubiertos, aunque su expresión denotaba que continuaba enfadado.

Dinin tenía que darle la razón a aquél hombre. Caín había sido muy irrespetuoso, y él sabía lo que era perder a un compañero en el ejercicio de una profesión peligrosa. La katana que acababa de desempaquetar se lo recordaba todos los días. Tendría que darle una lección de modales a su discípulo. Se levantó, se puso la capa y abrió la puerta.

-Volveré esta noche para recibir mis otras doscientas cincuenta monedas- dicho esto, Caín, que ya se había levantado, y él, se adentraron en la oscuridad para hacer lo que mejor sabían hacer: matar monstruos.

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