11 de marzo de 2008

Crónicas de Anima : Desesperación

Una desvencijada figura descendía por unas escaleras de piedra, débilmente iluminadas por el candil que llevaba en la mano. Sus ojos estaban hundidos, rodeados por unas profundas ojeras, que dejaban huella de una racha llena de preocupaciones y malas noticias. Sus ropas, aunque elegantes, le iban excesivamente holgadas, fruto de que su dueño poseía, en el momento de adquirirlas, más corpulencia de la que ahora presentaba. Se detuvo a respirar, y a meditar qué podía decir a toda la gente que se encontraba ahora refugiada en su casa. “Maldito ser asqueroso”, pensó. Todo iba bien hasta que ese maldito tuvo que adentrarse en el bosque. “Estimados ciudadanos…No, demasiado alegre…” Era incapaz de pensar con claridad. Se había visto obligado a tener que acoger a todo el pueblo al que gobernaba por la amenaza que todos sufrían en estos momentos. Y sobre todo porque no podía dejar de pensar en ella… Se apoyo en el marco de la ventana, para ver el pueblo que estaba condenado. Su pueblo. Fue entonces cuando divisó dos figuras a caballo. Podría significar el final de sus problemas. La respuesta a sus ruegos. O la llegada de más problemas. Bajó más rápidamente al salón de la planta principal, una elegante estancia poblada con exquisitos muebles, tapizados sillones, cortinas de magnífica tela, lámparas de cristal… y todos los aldeanos. Los hombres y las mujeres intentaban consolarse unos a otros. Alguno no podía contener sus lágrimas por la preocupación y el terror. Los niños oían una historia que les relataba la preciosa niña de 16 años que era su hija. Se parecía tanto a su madre… Tuvo que hacer grandes esfuerzos para no empezar a llorar en ese momento. Cuando se percataron de su presencia, todas las miradas de la sala se giraron hacia él.

-Hay alguien ahí afuera –dijo.

Todas las personas allí presentes contuvieron la respiración. El alcalde, candil en mano, se encaminó hacia la puerta, dispuesto a jugarse el todo por el todo.

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